Cuando todo parecía desesperanza para Las Lagunillas -pariente pobre de lo que el marketing llama Barrio Picasso- escondido tras la casa natal del pintor malagueño, saltó la liebre. Un pintor y una ayudante de enfermería empezaron a invadir la calle, convirtiéndose en germen del Soho no ‘oficial’ de la capital malagueña: un espacio vecinal reivindicativo, imán de artistas, bohemios, músicos, guiris despistados, grafiteros y toda la fauna urbana que va rastreando libertad.
Algo que haga sonreír
La protagonista de este relato, Concha Rodríguez Flores, más cercana a los sesenta que a los cincuenta, simboliza sin pretenderlo el espíritu de su barrio, al no dejarse abatir cuando el viento sopla de frente y buscar una solución.

Su mantra, ‘en la calle pasan cosas’, la retrata a la perfección. Ejemplo viviente de la abuela y madre que huye del rol tradicional de entrega cien por cien al clan familiar, Concha movió su universo creativo fuera del hogar al sentir necesidad de un espacio propio y alquiló un local. Su generosidad y espíritu independiente hicieron el resto.
“Me traje el taller de cerámica, la guitarra y, poco a poco, ropa que no usaba, colgantes, complementos…y una pizarra en la puerta para que quien pasara por aquí escribiera lo que quisiera: tonterías, advertencias, un refrán, algo que hiciera sonreír”. Y como la puerta está siempre abierta y ‘en la calle pasan cosas’, la gente empezó a llegar.

Un diván muy popular
El pretexto es lo de menos, lo más importante es pegar la hebra. Yudith, una marroquí en paro que cerró su minúsculo puesto de verduras le cuenta lo mal que está todo y de camino pregunta por un chaleco para un disfraz de niña; Marta, ‘personal shoper’ y vendedora de un artilugio para rejuvenecer -emigrada desde Cataluña- intercambia vestidos con Concha, sin parar de cascar las dos, para un evento especial; Manolo, su pareja, asoma las narices para confirmar que lo de la entrevista era cierto y sale disparado dejando una nota de humor andaluz.
El punto de encuentro de la calle Vital Aza, se convierte por momentos en esa fuente de los pueblos donde antaño acudían las mujeres a por agua y saciar de camino la necesidad de comunicación sin tener que pasar por el diván.

Aunque faltaba Dita Segura en la tertulia. La artista de San Telmo, la escuela de arte, es responsable de que grafiteros nativos y foráneos vayan dejando su sello en fachadas arruinadas, con imágenes de personajes populares del barrio, o no, que pertenecen ya al imaginario colectivo de la ciudad: Lola Flores, la Piquer, el bailaor Pepito Vargas, Camarón, La Cañeta, Carmen, la entrañable ‘loca’ del barrio vestida siempre para ir de feria, con sonrisa y simpatía envidiables…
Antídoto de la gentrificación
“Pero aquí nadie organizó nada, todo surge de forma espontánea” –cuenta Concha quitándose importancia- “y como esto está lleno de descampaos, se corrió la voz y gente de todos los sitios a los que les gustamos empezaron a colaborar”.

Todo eso como polo de atracción, más la conciencia social de Miguel Angel chamorro, pintor llegado de Madrid, que reaccionó al empobrecimiento y la ruina cultural del barrio organizando talleres para los niños y dando salida a su creatividad. De ahí a la asociación Fantasía Lagunillas (con clases de pintura y apoyo escolar, excursiones…), que ha motivado a las madres por el apoyo sin precedentes a esta isla en el corazón de la ciudad que empezaba a ser pasto de la gentrificación.
Colorismo y reivindicación
Y así, de manera natural, sin el concurso de ningún tipo de Administración, la rehabilitación cultural de este barrio humilde, que en la década de los cincuenta juntaba corralones con viviendas para la clase media de la posguerra malagueña, logra adueñarse de una agenda creativa y reivindicadora que deja espacio a los artistas locales, con precios asequibles y una ruta colorista sin parangón en la ciudad.

Ilustraciones de personajes como El parrita (dueño del primer Biscuter que recorría la ciudad), interpretaciones libres del Guernica, la Virgen del Descampao y El Cristo de los Solares en forma de mural, o La Polivalente, bar y sala multidisciplinar donde hay cante, recitales de poesía, funciones de microteatro, a precios tan asequibles a veces como la aportación voluntaria, son algunos de los atractivos de este Soho popular.
Una historia paradógica
Aunque este espacio concurrido a espaldas del barrio La Victoria, distante solo tres minutos del Teatro Cervantes, epicentro de los grandes acontecimientos culturales de la capital, no compite sino que colabora con Concha y ella con él:
“Los de La Polivalente eran antes el Cosmonauta, un sitio de reciclaje de muebles que acabó siendo lo que ahora ves y como nos conocemos vienen a veces buscando cosas para el teatro”. Pero eso ni quita ni pone para que en verano ella monte su propio lugar de ensayos, guitarra en ristre, preámbulo posiblemente en verano de una verbena popular.
Pero la gran paradoja de esta historia es sin duda el nombre con el que Concha decidió bautizar su rincón particular: ‘Sin futuro’. Un nombre que habla de su falta de pretensiones inicial (con la opinión en contra de todos como era de esperar), y que acabó impreso en el soporte del título de la opera representada en el Teatro Cervantes, ‘Grease’. Un poco de locura y surrealismo nunca viene mal.
Elena Vergara
Maravilloso! me conmovió esta historia, una vez más, la creatividad y el entusiasmo dos regalos que Dios puso al hombre para que embellecieran al mundo. Gracias por haberlos citado.
Muy buen retrato de Concha y la lagunilla.