Si usted se siente viejo y aquejado de ‘goteras’, dese un respiro y piense que su alma no se arruga. Para hacerlo le invito a mirarse en el espejo de este intelectual argentino, periodista por más señas, que a sus ochenta años, desde la residencia en donde le cuidan, interrumpe la entrevista para atender al móvil con un saludo elocuente: “Hola amor, ¿cómo estás?”. Su novia desde hace un año, de 69, revirtió sus problemas coronarios, convirtiendo su corazón en un órgano animoso. Horacio Eichelbaum es todo un ejemplo de viejenials.
L’amour, toujours l’amour, no cabe duda. Y es que Horacio, que de forma recurrente vinculó su experiencia profesional con la enseñanza a los periodistas jóvenes que llegaban a las redacciones de los diarios donde trabajaba, siempre estuvo enamorado de la juventud, en una actitud abierta al goce como ser humano.
No es de extrañar, por tanto, que sus amistades en su casa actual sean las jóvenes enfermeras y no sus compañeros residentes, como cualquiera puede comprobar al verlos anestesiados frente al televisor si se asoma la cabeza por la sala de estar: “A tu pregunta sobre qué me diferencia del resto, te contestaría que el humor, que ayuda a las relaciones humanas. Las amistades con cierto sentido que puedas hacer aquí son relativas porque la televisión lo mata todo. Eso me distancia del resto”.
El laburo y el curro
Difícilmente podría ser de otra manera. El recorrido profesional y vital de este colega, que comienza en su Buenos Aires natal, marca irremediablemente la diferencia, aunque nunca hizo distingos en el trato con las personas. Una trayectoria ‘resumida’ en unos folios que titula “El laburo y el curro: 20 años en Argentina y 40 en España” o, dicho de otra forma, 60 años de escritor y periodista repartidos en 135 empresas, con añadidos de oficios diversos de consultoría para pymes, docencia, cursos de periodismo, comunicación…
Una trayectoria laboral jalonada por guiones de cine, asesoría de prensa de La Corte Suprema de Justicia Argentina, crónicas para medios distantes o enfrentados como La Opinión, El Descamisado, El Mundo, Noticias (órgano oficial de los montoneros), edición de libros de lujo y semiliterarios que, en sus propias palabras, “marcan dos vidas”. Aunque la niña de sus ojos, como analista político, es Un planeta a la deriva. Progreso y democracia, mitos del poder global (Diputación de Málaga. 2001), trabajo que empieza a elaborar en 1973, ya en España, y que concluye al finalizar el milenio.
Ahora, desde su retiro obligado por el parkinson, que asomó las orejas a finales del año pasado, analiza lo que cambió para él su ingreso en Las Gaviotas, cerca de Torremolinos :” Tuve que abandonar la colaboraciones en La Opinión, no me sentía bien, la cabeza estaba descentrada, no tenía ganas de escribir y hubo cierta pérdida de contacto con la realidad por no sentirme obligado a empaparme de lo que pasaba en el mundo. Sin embargo los síntomas de la enfermedad mejoraron al ingresar aquí, con el cambio de medicación”.
La vejez no es tan terrorífica
Y ciertamente a Horacio se le ve relajado, feliz, al punto de iniciar la charla con un chiste, y entrar de seguido en ese discurso intelectual que caracteriza a los argentinos, capaces de diseccionar cualquier elemento de la realidad en toda su profundidad mientras preparan un choripan con chimichurri.
¿Miedo a envejecer, o contento de poder seguir envejeciendo? –pregunto-. “Las dos cosas son extremas” – me dice- “Hay miedo en la etapa previa en la que la enfermedad es menos agresiva; por otro lado hay cierta campaña calculada por la estructura social que supone que el envejecimiento es positivo y que estamos en otra etapa que ofrece cosas que antes no teníamos. Algunas cosas son ciertas porque la vejez estaba muy denostada, pero ahora se descubre que no es tan terrorífica. La gente vive mucho más, todo es más veloz y de una muerte previsible a los 70 se llega hasta los 75. Eso es evidente y hay investigaciones que muestran esa realidad”.
Según su análisis hay toda una construcción interpretativa de la sociedad sobre la recuperación de la vejez que beneficia al gran capital, los laboratorios farmacéuticos y toda la maquinaria sanitaria, que favorece ese concepto nuevo sobre esta etapa de la vida. En realidad –señala- hay dos tendencias en la sociedad y en los medios de comunicación que se solapan, porque si no se perdería el apoyo al envejecimiento. La opuesta es generar perspectivas de vida, como demuestra la cantidad de residencias de ancianos que están floreciendo.
La clave de un logro
Y aunque a él le ha tocado aterrizar en una de ellas porque necesita atención, su espíritu nada tiene que ver con lo que prejuiciosamente cabría esperar de alguien en su situación: “Los análisis me dicen que estoy estupendo, pese a los problemas cardíacos, porque el cateterismo salió bien. Podría decir que aunque mi corazón está enfermo, mi corazón está feliz porque tengo una novia desde hace un año, que vive independiente y atiende su negocio. Lo más significativo es la calidad de la relación, compartimos muchas cosas”.
La clave de su logro, “sentirse animoso, si no, no consigues una novia”. Su discurso es coherente, contrariamente a quienes piensan que su felicidad depende del exterior y que solo la llegada de una persona a su vida para compartir afectos le arreglará la vida. Por eso le pregunto de forma retórica si ver tanta vejez a su alrededor le deprime, y consecuentemente responde “si, y además añadiría que siempre lo esquivé, nunca quise relacionarme con gente mayor, aunque en este caso tampoco los conozco tanto, si bien veo cierto infantilismo en su comportamiento. Es como estar condenado en mis límites, de los que es difícil zafarse”.
Sea como fuere, de lo que Horacio no logró huir en su retiro agridulce, es de esa montaña de papeles que intenta cribar y ordenar, y que le ha acompañado a lo largo de los años en todas sus moradas; compañeros de viaje que, también ahora en Las Gaviotas, le reclaman para tenerlo ocupado.
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