Seguro que conoces la expresión ‘quejarse de vicio’. Significa quejarse sin motivo.Yendo más allá, como en sentido popular los vicios son actos inmorales pero placenteros, se deduce que quien se queja de vicio, por sistema, obtiene un beneficio, un goce oculto que muestra las claves de su malestar. Cuando la queja se instala en nuestras vidas, por las ‘goteras’ o las soledades propias de la edad, ¿hay forma de escapar?
La queja, de entrada, es una llamada de atención a quien está escuchando, una forma de decir ‘escúchame, que existo’, un reclamo al otro para hacerse notar, aunque hay formas y formas de queja. De pequeños aprendemos que llorando obtenemos la atención de mamá, que es tanto como reclamar amor y cuidados. Pero si de adultos reproducimos ese comportamiento de forma sistemática, habría que preguntarse porqué castigamos así a quienes nos rodean.
La queja solo provoca rechazo
Aunque sea por puro egoísmo, como repetirse con machaconería solo provoca rechazo del destinatario, no estaría de más sopesar qué preferimos: ¿el placer que produce despotricar sistemáticamente, o que nos cuelguen el apodo de ‘plomo’?
Más allá de banalizar un asunto tan arraigado en la sociedad y a todas luces fuente de sufrimiento (por esa dualidad que tienen las adicciones), apostamos entre otras tantas opciones por apelar al humor como vehículo recomendable para, junto con la toma de distancia de nosotros mismos, observarnos desde afuera y preguntarnos si compensa tanta desazón.
La solución está en ti
Según Swami Parthasarathy, maestro de vedanta, una filosofía que recoge la tradición escrita del hinduismo, es la cultura de la queja la que lleva a Occidente a la decadencia:
En nuestro mundo de individualidades –dice- al tener la convicción de que tenemos derecho a todo siempre hay motivo para quejarse, fomentándose así la creencia de que “si solo crees tener derechos, la causa de tu insatisfacción no está en ti mismo sino en los demás, en algo que otros no te dan”. Una forma de escurrir el bulto como otra cualquiera, así de claro.
Es obvio que el discurso de este maestro oriental nada tiene que ver con las reclamaciones que como usuarios de cualquier servicio tenemos derecho a exigir. Sus afirmaciones, a considerar por ser hijas de una sabiduría milenaria de la que se nutren socráticos, aristotélicos, cristianos y musulmanes también, sostienen algo tan elemental como que ‘la solución está en ti’.
Tu mayor aportación al mundo
Tan elemental, aunque tan difícil de entender para buena parte de la población que prefiere pensar -como señala Parthasarathy- que el culpable es siempre, ¡atención, siempre!“el Estado, el empresario, tu familia, los políticos, el municipio…porque así dejas la responsabilidad de tu vida en alguien que no eres tú”.
No es casual que fuera otro hinduista, Gandhi, paradigma de la no-violencia, quien afirmara que ‘la mayor aportación que puedes hacer al mundo es cambiarte a ti mismo’. Porque es obvio que no podemos eliminar los males que aquejan a la humanidad, pero si podemos mejorarnos individualmente, con trabajo y esfuerzo personal, beneficiándonos a nosotros y a quienes nos rodean, como esa piedra que se arroja al estanque generando una onda expansiva sin fin.
Adictos a la queja
No quejarse, no nos llevemos a engaño, no quiere decir no pelear por lo que nos corresponde, ni procurar que las cosas mejoren. La queja de la que hablamos tiene que ver con esa de la que habla el psicoanálisis, que tumba al sujeto en el diván de la consulta para dejar de sentirse victima, al arbitrio de las circunstancias de la vida, y convertirse finalmente en alguien responsable de lo que le sucede sin culpar a los demás de lo que le acontece.
Quien decide esta opción psicoanalítica es alguien que ha decidido coger su vida por los cuernos, en el sentido de renunciar a su adicción a la queja, para preguntarse de manera adulta ‘qué tengo yo que ver con mis quejas’ cette page. Algo más honesto que echarle la culpa al mundo de lo que ocurre en su vida.
Una demanda de amor
Pero para llegar a este punto, o cualquier otro que implique una ayuda terapéutica que libere de la queja, es necesario un mínimo de capacidad autocrítica, de la que suelen carecer quienes eligen el papel de víctimas, que no es otro que el de quienes de manera torpe están demandando sentirse amados y reconocidos.
Y si el peso de estos argumentos no resulta suficiente, nos queda el recurso de acudir a los clásicos, que siempre son portadores de luz. Hagamos un salto en el tiempo para plantarnos delante del templo de Apolo, en Delfos, y leer el aforismo griego, ‘Conócete a ti mismo’, una invitación a bucear en la propia conducta que puede darnos las claves de porqué las quejas no son más que el síntoma de nuestro malestar interior.
Elena Vergara
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